... través de una carretera sinuosa y deshabitada. El lugar carecía de los servicios mínimos para una estancia de comodidad turística. No existían tiendas de abastos ni el más mínimo servicio público. Todo eso quedaba alojado a 2 kilómetros en un pueblo colindante al que se solía ir para conseguir lo más esencial. Se trataba, por lo tanto, de una casona ubicada en una especie de urbanización a 10 minutos en coche del resto del mundo. La idea de alquilar algo ahí no era mala. El silencio, los paisajes y la tranquilidad del entorno invitaban al descanso y al sosiego, y al tratarse de una casa compartida con sus amigos, la compañía siempre invitaba a las tertulias y los buenos ratos alrededor de la chimenea. Reconozco que mi situación ahí era algo incómoda, ya que mi amistad con el anfitrión iba precedida de una experiencia sexual poco ortodoxa (léase mi relato "Sé lo que hice este verano"), y mi novio Andrés y yo habíamos sido invitados el fin de semana para desconectar de la rutina de asfalto y, de paso, hacer nuevos amigos, aquellos con los que Juan compartía estado de inquilinato.Cuando llegamos el viernes por la tarde, Juan nos recibió y designó una habitación de invitados en la que nos acomodamos hasta la hora de la cena. El comedor era la estancia más grande de la casa, y la presidía una mesa de roble macizo coronada por 12 sillas ocupadas ya por los comensales. El ágape fue distendido y los amigos de Juan, de todas las medianas edades, parecían pertenecer a un grupo bien ...
... cohesionado desde la infancia. El ambiente de camaradería era evidente, y las bromas de todo tipo iban y venían por y hacia todas partes. Entre risas y comentarios no pude evitar fijarme en las miradas clandestinas que me disparaba Juan. Parecía inspeccionarme para adivinar mis pensamientos, y la verdad es que yo no podía apartar de ellos los dos encuentros que dieron pie a nuestra amistad. Es cierto que mi novio conocía uno de ellos, pero el segundo era un secreto que solo conocíamos nosotros dos y su amiga Ana. Mientras cenábamos no podía evitar sentirme observada, y una extraña sensación de morbosa incomodidad me invadía y también erizaba mi vello y mis pezones. Y justo cuando empecé a desconectar del bullicio para sumergirme en los recuerdos que Juan imprimió en mi mente y descerrajó en mi cara, sonó el móvil de Andrés, que se levantó para responder en otra habitación lejos del barullo. Al volver noté en su rostro un semblante de pesadumbre que no tardó en justificar: debía abandonar inmediatamente este fin de semana de asueto para cubrir una baja de última hora que se había ocasionado en la empresa de seguridad en la que trabaja.Por lo tanto, ahora estaba sola en una cama de matrimonio, eran las 3 de la mañana, mi calentura estaba a apunto de desafiar el silencio del lugar, y mis dedos iban a ser la razón. Cuando noté que empezaban a venirme los calambres preorgásmicos pausé la paja y resoplé durante un minuto a modo de despresurización, con la mera intención de aplacar mi ...