... en la que ambas ninfas se revuelven entre sudores expresando una fogosidad tan voluptuosa como cinematográficamente transgresora. Sin duda, las 4 parejas espectadoras y yo misma, en mi soledad, disfrutamos muchísimo esas tomas casi pornográficas pero, sobre todo, fue la tertulia posterior la que caldeó el ambiente irremisiblemente.Ya eran casi las 3 y media de la mañana, y un susurro al otro lado de mi puerta se identificaba como Juan, que había abandonado la comodidad de su nido amoroso para cruzar en calzoncillos todo el pasillo de la segunda planta y acabar pidiéndome audiencia. Gracias a la inexistencia de cerradura no fue necesario moverme de mi trinchera para permitir su entrada. "Pasa, está abierto" le cuchicheé. De puntillas, con los hombros encogidos y un dedo frente a sus labios para transmitirme el máximo silencio, Juan hizo acto de presencia en mi habitación, y enseguida me temí que no era para darme una charla acerca del flujo migratorio de las aves en Doñana. Mientras se acercaba a mí decidí ofrecerle un semblante de desaprobación, y él procuró justificar esa locura furtiva con un talante condescendiente."No te asustes nena", me dijo sentándose en el borde de la cama, justo a mi izquierda."Es muy tarde Juan", le reproché con un tono amable que mostraba más aprobación que desasosiego."Tengo tantas ganas de ti..." continuó el tío."¿Crees que Andrés sospecha algo de esto?" le pregunté ingenua."Espero que no, niña", respondió.No pude decir nada más. Me relajé y ...
... disfruté con sus palabras de deseo. Él comprendió perfectamente ese silencio y, añadiendo un susurro para recordarme la necesidad de mantener esa situación en secreto, volvió a colocarse un dedo vertical frente a sus labios en un gesto que acompañó su otra mano sobre mis pechos encima del edredón. Cerré los ojos, cerré la boca y cerré mis prejuicios, mientras notaba cómo las carnes se me abrían transmitiéndome un mensaje que no quise evitar. Enseguida destapó mi celda de tela acolchada descubriendo mi cuerpo bajo ella. Yo estaba completamente estirada boca arriba, con la camiseta colocada y las braguitas en su sitio. Por poco tiempo, claro, porque inmediatamente Juan se levantó lentamente del canto para colocarse de pie junto a mí, estirando una de sus manos hacia mi entrepierna y la otra sobre uno de mis senos. Primero escogió centrarse en mi coño, aplicando su habilidad digital sobre la zona de tela más mojada. Comenzó así un rozamiento tan sensual que no pude evitar el primer gemido de agrado. En realidad no era agrado, era puro deseo y ebullición, pero procuré disimularlo como pude. Juan se llevó por tercera vez el dedo a su boca para espetar un "shhhh". Y enseguida me planteé el dilema de cómo iba a poder disfrutar de una buena sesión de sexo sin exhalar una sola onomatopeya de frenesí. Estaba segura de que me iba a resultar imposible. Pero dejé que continuara.Abajo, uno de sus dedos ya escarbaba entre las dobleces de mi intimidad, abriéndose paso por la tela para acabar ...