El castillo
Fecha: 14/12/2018,
Categorías:
Lesbianas
Autor: janpaul, Fuente: CuentoRelatos
Este relato continua al relato anterior titulado “Néstor”.
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Los amos del castillo se deshicieron de Luis o Luis se deshizo de los amos del castillo. A la puerta de la cochera del castillo les despedía cuando salían elevando la mano. Esta vez agitaba su brazo, quizá igual que otras, pero con más alegría. Se quedaba el dueño del castillo para unos quince días, y hoy, miércoles, era la primera noche. Ya había ocurrido otras veces, pero Luis no había organizado un plan como el de ahora; además, para este plan, Luis tenía todas las bendiciones, beneplácitos, autorizaciones, permisos, incluso dinero para atender las necesidades del castillo y del personal, además podía gastar para sus invitados. Como Luis siempre ha sido moderado en sus gastos, los amos del castillo no tenían problema en dejar que administrara la estancia mientras estaban ausentes.
No obstante, Luis quiso que fuéramos, puesto que la noche era larga, después de haberse ido las dos personas que atienden la casa junto con él. Amalita cocinó todo lo que Luis le pidió. Era su niñito, lo quería como una madre quiere a su hijo, aunque Amalita y Luis no eran parientes, pero “es tan dulce” —decía Amalita— que Luis se la había ganado a su bando. El jardinero era otro gran amigo de Luis, porque no faltaba nunca a los requerimientos de Ramón. Si Ramón tenía mucha bosta que recoger, allí estaba Luis; si Ramón no podía ir el día de riego, allí estaba Luis; si Ramón estaba cansado de la tarea, allí estaba Luis ...
... dándole algún refrigerio. Por eso Ramón también ayudaba a Luis. No había ninguna diferencia entre estas tres personas en cuanto a ayudarse en las tareas del castillo. Luis ayudaba a Amalita y Amalita le ayudaba a Luis en la limpieza de las salas y habitaciones. Pero Luis decía que ellos tienen otra manera de pensar y de vivir y para seguir en paz, mejor que nos presentáramos Gaspar y yo después de las ocho de la tarde.
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El día había resultado bastante caluroso desde temprano en la mañana a causa de un poniente muy cálido, pero en la tarde se había agudizado el calor.
En la mañana, no podía ser de otra manera, se presentó Gaspar en casa. Lógicamente hice caso al Tío Paco y no me levanté temprano, ni tarde. Estaba en la cama sin despertar, totalmente desnudo y estirado sobre las sábanas. Dormía, dormía, dormía. El día anterior había sido de extrema fatiga.
Preguntó Gaspar por mí en la cocina. En la casa solo estaba la mujer que hace las tareas culinarias, Paulina. Cuando Luis entró la encontró acalorada, porque…
—”… pensando que el señorito se había ido, he entrado a limpiar la habitación, porque la Emiliana no lo ha hecho, y ¡ay, Dios mío, Virgen de Santa Eufrasia, el señorito está durmiendo!, por eso no contestó cuando llamé; y ¡ay, señorito Gaspar!, ¡ay, mi Dios, que lo he visto como su madre lo trajo al mundo!…
—”No haga caso, es un chico joven”, dijo Gaspar sin saber qué decir.
—”Ay, sí, menos mal; no le diga nada, por favor, qué vergüenza, una mujer ...