Martes por la tarde, 20:18h. Me apresuraba para llegar a la parada de autobús, si me retrasaba un par de minutos perdería mi encuentro semanal con ella. No sabía su nombre, ni en que trabajaba, ni siquiera su estado civil.
Lo que había comenzado un día de manera furtiva se había convertido en una agradable rutina para los dos.
Llegué a la parada y allí estaba ella, con su chaqueta larga, su corto y despeinado cabello rubio y su preciosa falda plisada con sus piernas envueltas en unas medias negras y subida a unos altos tacones de aguja.
Me vio y sonrió mientras sacaba de su monedero la tarjeta del autobús. Y en ese momento comenzaba nuestro juego particular.
Ella entraba primero y se sentaba en uno de los asientos, yo me acercaba y me sentaba en el opuesto frente a ella. A es hora no había mucha gente que utilizara esa línea por lo que casi siempre disponíamos de los mismos. El autobús arrancaba.
Ella abría un libro y ponía sus pies todavía calzados en el asiento justo a mi lado. Yo lentamente avanzaba con mi mano y recorría suavemente sus empeines, notando la suavidad de las medias. Subía hasta sus tobillos y ponía todos mis sentidos a notar cada una de sus curvas. Mi verga se hinchaba.
A cada parada recomponíamos nuestra postura por si venia alguien. Normalmente no era así o la gente que podía subir se sentaba en los delanteros desde donde no podían vernos. El autobús reanudaba la marcha.
Mi mano volvía hacia sus pies, pero esta vez era más atrevida, ...
... descalzaba uno de sus tacones y ella soltaba un suspiro de placer a la vez que movía sus perfectos dedos dentro de la media. Hoy los llevaba arreglados con pedicura francesa. Entonces mis dedos se desplazaban por toda su planta, esto le gustaba mucho. Ella doblaba su pie mientras mi mano lo acariciaba cada vez más fuerte. Me gustaba la redondez y suavidad de su talón, me recreaba recorriéndolo.
En la siguiente parada una señora se sentó al otro lado del nuestros asientos, justo en paralelo, ella hizo el gesto de recoger los pies, pero firmemente los sujeté y descalcé el otro zapato. Mi mano asía los dos pies mientras mis dedos los acariciaban. Ella hizo el además de resituarse en el sillón, sus labios se entreabrían y una de sus manos fue a pararse sobre su falda. La mujer no nos hacía mucho caso, por lo que mi mano comenzó a subir por su pantorrilla y la punta de mis dedos la acariciaron con extrema suavidad, como le gustaba.
Tres paradas y la mujer se bajó, dejándonos prácticamente solos en el autobús a excepción del conductor y un señor que iba sentado junto a el en el primer asiento. Entonces, ella alargó su pierna y posó su pie sobre mi regazo notando toda la dureza y grosor de mi polla dura. Su pie se paseaba sobre mi tronco y esto hacia que todavía creciera un poco más. Entrábamos en una zona de autovía, disponíamos de 16 kilómetros sin paradas. Acerqué su pie a mi boca y lo besé. Cada uno de sus dedos, mi lengua recorrió su planta y di unos mordisquitos a su ...