1. Una mañana agitada


    Fecha: 02/11/2022, Categorías: Sexo en Grupo Autor: doctor_morbo, Fuente: CuentoRelatos

    Hacía un calor de perros y en la radio sonaba una rumbita que a Azul le recordó su Cuba natal. Ordenaba el cuarto rememorando los años que llevaba sin volver a su Santa Clara mientras movía las caderas al ritmo de Los Papines. A pesar del aire acondicionado, se descubrió transpirando como un oso polar en el desierto. Se quitó la musculosa, los pechos grandes se bambolearon elásticos antes de quedar en su lugar, allí donde el médico que la había operado le había asegurado que estarían.
    
    Las tetas se mecían morenas al compás de la música mientras el sol del mediodía le doraba la espalda a través de la ventana. Fue al ir a cerrarla que lo vio. ¿Cuánto tiempo llevaría ese pervertido mirándola bailar en musculosa (ahora, con los pechos al aire) y bombacha? Se hizo la distraída, descorrió las cortinas que daban al balcón y se puso a limpiar lo que ya estaba reluciente. Meneaba las caderas y las tetas bailaban su danza propia, electrizante. De reojo, seguía las miradas del vecino y creyó percibir otro par de ojos que lo acompañaban. Dos mirones, la cosa iba tomando color. Removía su melena azabache y se agachaba sensual como la mucama de uno de esos videos porno que miraba por las noches, solo faltaba que se echase agua enjabonada entre los pechos.
    
    Se dio vuelta para sorprender de frente sus miradas y disfrutar del azoramiento pero ya no estaban allí, en una esquina de la ventana mal cerraba aleteaba débil una esquina de la cortina. De inmediato, sonó el timbre. Se calzó ...
    ... malhumorada la musculosa y corrió a abrir, los dos pares de ojos la contemplaban como perros a un apetitoso trozo de carne.
    
    –Soy Eduardo y él, Román –se presentaron de manera algo nerviosa, atropellada.
    
    Azul sonrió de lado y los hizo pasar. Los dos eran jóvenes, menos de veinte, calculó. Eduardo era fibroso bajo su remera ajustada y Román tenía unos ojos verdes que podrían derretir el Perito Moreno. Los invitó a tomar asiento en los sillones de la sala y trajo tres vasos de jugo de naranja. Rápidamente, se dio cuenta de la situación: estaban inquietos, sentados al borde del sillón esperando a que el otro diera el primer paso. Azul disfrutó del espectáculo durante los siguientes quince minutos. Echaba hacia atrás los hombros para que sus pechos tensaran la musculosa, adoptaba un tono casi gatuno y cruzaba las piernas como una actriz consagrada. Fue Román quien habló:
    
    –Nos estábamos preguntando…
    
    –¿Sí? –ronroneó Azul dando un sorbo a su jugo.
    
    –Queremos saber… -balbuceó Eduardo con la boca reseca.
    
    –Y por eso me espiaban, chicos. Vamos, sin miedo.
    
    –Hicimos una apuesta –confesó Román en tono de travesura.
    
    –¿Apuesta?
    
    –Sí. Le dije que era una estupidez, pero el calor… estábamos aburridos… no sé…
    
    –¿Y en qué consiste esa apuesta, si puede saberse? –interrogó Azul, divertida por los titubeos de los dos jóvenes.
    
    –Queríamos que nos la chupes. ¡Listo, ya está! –soltó Eduardo.
    
    Azul rio con ganas ante la mirada confundida y excitada de los dos chicos.
    
    –Miren ...
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