No dejan de resultar curiosas las vueltas que puede llegar a dar la vida. En un momento puedes estar hundido en el fango sin saber por donde tirar y de inmediato que todo se cuadre para volver a subir. Cuando conocía a Sara habían pasado seis meses desde que Mati, mi mujer, me dejó.
La situación fue bastante dolorosa. Después de casi dos décadas juntos y un niño en común la relación había entrado en una situación de rutina casi asfixiante. No nos llevábamos mal pero habíamos pasado a ser compañeros de piso más que una pareja. Nos teníamos cariño, teníamos obligaciones conjunta pero nuestra vida sexual era prácticamente nula.
En mi caso, aun quería mantener el ritmo de los inicios pero Mati hacía años que venía desacelerando. El sexo entre nosotros había pasado de dos veces por semana, a solo los sábados noche, para alargarse a uno de cada dos. Para cuando nos separamos la frecuencia era ínfima. Entre polvo y polvo pasaba fácil mes y medio. Yo di por hecho que era una cuestión normal de aburrimiento en una pareja que llevaba 20 años juntos.
Todo saltó por los aires cuando Mati, empezó a mostrar un deseo sexual desconocido en los últimos años. Quería que lo hiciéramos con más frecuencia, posturas y lugares extraños para sus gustos, e incluso volvimos a retomar el sexo anal muchos años después. A mi sorpresa inicial le siguió una extraña sensación de desconfianza.
Por pura casualidad, descubrí un mensaje en su móvil que la colocaba en una comprometida situación. Un ...
... tal “J.Manuel”, le enviaba un whatsapp preguntándole donde se encontraba, una noche que nos estábamos de copas. Ante mi pregunta por ese hecho, Mati comenzó a tartamudear intentando escabullirse lo que hizo que siguiera adelante con mis preguntas. Aquella noche acabó confesando que mantenía una relación con un tipo que había conocido a través de una amiga.
Decidí luchar por ella y durante los siguientes meses nos mantuvimos juntos pero, a decir verdad, la situación se volvió insostenible. Comenzamos a discutir por todo, lo que nos llevó a un intercambio de reproches. Un buen día Mati dijo que lo mejor era separarnos. Para terminar de hundirme, una semana antes había sido despedido de la empresa por un ERE. Así me vi en la calle y desempleado.
Los primeros meses fueron terribles. Viví de alquiler en un apartamento de 35 metros cuadrados, deprimido y con un subsidio que apenas me daba para acabar el mes. Preocupado en encontrar trabajo en medio de una crisis económica no tenía tiempo ni ánimo para buscar ni pagar por sexo.
Medio año después el universo volvió a girar y se alinearon los astros. Superé una entrevista de trabajo para ser el comercial HORECA de una empresa vinícola. Desde el principio el trabajo se me dio muy bien. Viajaba mucho, colocaba el producto con facilidad aunque la crisis se dejaba notar en las ventas. Pero lo mejor de todo es que allí estaba Sara.
La empresa era una pequeña sucursal de una central malagueña. Y Sara era la administrativa de mi ...