Siempre me gustó el fútbol. Escuchar partidos, verlos y también jugarlos. Una lesión en la rodilla derecha y su lenta recuperación hicieron que me alejara de las canchas. Ya no aceptaba las invitaciones de los amigos u ocasionales compañeros de trabajo para prenderme en un picadito. Había quedado con temor a romperme y hay cierta edad donde se prioriza el bienestar físico para poder trabajar con normalidad, que el gustito por correr detrás de la redonda.
Hasta que un día, por compartir una reunión con amigos, cuya agenda era fútbol 7 y asado, volví a jugar porque había faltado uno y quedaban en número impar. Así que, disimulando pocas ganas (moría por jugar), accedí a participar, pero con la condición de ser arquero fijo. Todo transcurrió sin novedades hasta que, por evitar un gol, me abrí de piernas como portero de handball, y sentí un dolor agudo y la sensación que me hubieran golpeado con una piedra en el aductor de la pierna izquierda.
Al día siguiente, luego de ir al médico, una ecografía confirmó la rotura de algunas fibras del músculo. Para ello debía seguir un tratamiento de rehabilitación mediante fisioterapia. Acudí a Alfredo, mi fisioterapeuta de confianza, pero su disponibilidad horaria no coincidía con la mía. Entonces quedé a cargo de un colega suyo, Santiago, que tomaba los últimos turnos de la tarde-noche.
Era un pibe joven, recibido recientemente y que hacía sus primeras experiencias laborales en el consultorio de mi amigo. Alto, delgado, fachero, ...
... rubio de tez blanca y ojos celestes. Muy verborrágico y canchero en el trato. Pegamos buena onda rápidamente. Luego de conectar el equipo de electroestimulación y despachar los últimos pacientes se quedaba a charlar conmigo, que era el último en llegar. Luego seguía el ultrasonido y por último los masajes en la zona afectada. Las conversaciones abarcaban varios temas, pero siempre terminábamos hablando de la noche, minas, salidas y levantes.
En una de las últimas sesiones fui con un pantalón corto que tenía incorporada una calza. Cuando llegó la hora del masaje me pidió que me sacara la calza y quedara solo con el pantalón. Le expliqué que era una sola prenda y sin empacho me dijo: "entonces quedate en bolas". Me saqué el pantalón, me acosté en la camilla y me cubrí con una toalla. Santiago empezó con sus masajes por el aductor y por las cercanías con la zona genital hubieron algunos que otros roces, primero casi imperceptibles y luego sí más marcados.
Encima como mi pene siempre descansa sobre la izquierda me dijo: "ésta dormilona me está molestando, la vamos a mover de acá", impostando su voz muy putamente y movió mi pene suavemente y con delicadeza, tomándolo con la punta de sus dedos y ejerciendo una leve presión, que duró algunos segundos, cuándo lo posó sobre la derecha. Cómo mi pija reaccionó a ese estímulo, él dijo: "mmm... parece que alguien se está despertando!". Y sin quitar su mano de mi miembro, lo empezó a acariciar lascivamente tocándome los huevos con un ...