Fecha: 27/08/2022,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Era una mañana cualquiera, una más, en la que como siempre se había despertado sola y desnuda en su cama. Una ducha rápida, un café con su leche de avena y su toque de canela que tanto le gustaban. Medias, vestido corto, tacón de aguja y labios rojos. Con esa extraña rutina y ese traje a medida, era como se sentía segura. Aquel disfraz de mujer con el que aparentaba ser capaz de mantener la mirada a quien se propusiera y tras el cual, realmente, se escondía una niña que simplemente ansiaba un abrazo que la hiciera sentirse segura.
Le esperaba una jornada de trabajo, reuniones con clientes, llamadas, cuentas y más cuentas. Una día como otro cualquiera que pasaría y que no dejaría huella en el recuerdo. Su secretaria como siempre a media mañana la interrumpe para intentar despejar su mente, tomar un café juntas y compartir cuatro confidencias que les alegren y les hagan más llevadera la jornada a ambas. Entre risas, ésta le comenta la visita inesperada del día anterior. Una visita que no fue otra que, la de aquel cliente de quien tan mal hablaba la gente del pueblo. Su secretaria le advierte nuevamente sobre él y sobre lo que ella cree son sus verdaderas intenciones, sin saber ésta que todas sus advertencias ya llegan demasiado tarde.
Decide apartarle la mirada, sonreir y disimular. Una vez más calla, rompiéndose por dentro al no poder defenderle, al no poder explicar cómo realmente le siente, le conoce y él es. Intenta cambiar de conversación para evitar ese dolor, ...
... pero su secretaria le dice:
-¡Ya puedes ir con cuidado! Si te despistas éste con la fama que tiene, aquí mismo, sobre la mesa de cristal de tu despacho te coge y te empotra. ¡Ganas seguro no le faltan tal y como te mira! -le advierte haciendo broma entre risas.
Intenta reírse sin ganas, pero al quedarse finalmente sola en su despacho, su mirada se pierde sobre aquella mesa de cristal a la que ésta le hacía referencia. Aquella mesa, que sin nadie saberlo, ya había sido testigo y confidente de una mañana de pasión con quien había pasado a ser su cliente preferido. Sus ojos se pierden, se pierde en aquel recuerdo, en aquella mañana aún de verano en la que había hecho y se había sentido demasiado calor.
Empezó a recordar como sentados ambos alrededor de aquella mesa de cristal, intentaban aparentar una seriedad y una concentración inexistente. Como en algún momento de aquella reunión, levantó sus ojos de los documentos y vio como él la estaba mirando fijamente. Como aquellos ojos alertaban su mirada hacia ella. Como la observaba con absoluto gusto y desfachatez tal si la desnudase. Como sus ojos dorados la taladraban con lentitud, tratando con ellos de obligarla a contarle todos y cada uno de sus pensamientos. Y en aquel instante se encontraron. Él le sonrió y entendió que ya no tenía que buscar nada más. Tragó saliva y supo que ya no estaba escuchándola. Tragó saliva y supo que estaba perdida y que la reunión en aquel preciso instante había terminado. Allí mismo, a ...