Fecha: 06/08/2022,
Categorías:
Sexo Interracial
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Nací en Phoenix, ciudad del estado norteamericano de Arizona. Ya en el colegio nos inculcaban el sentido del honor y el amor por América; también mi padre era un patriota veterano de la guerra de Corea y el me impulsó a alistarme en las Fuerzas Aéreas. Me hice piloto y me apasionaba el aire; el F-22 "Raptor" que piloté durante unos años era toda mi pasión. A lo largo de mi estancia en Pensacola (Florida) para la instrucción y las prácticas de vuelo conocí a Marnie, me enamoré de ella y en pocos meses nos casamos. Nuestra relación fue normal en esos primeros dos años y nunca pensé mal de mi mujer ni puse en entredicho su fidelidad o su moralidad.
Me destinaron a la base japonesa de Okinawa, a unos mil seiscientos kilómetros al oeste de Tokio y allí nos trasladamos Marnie y yo. A la semana de llegar a la base el General Dawson preparó una fiesta de bienvenida a los doce pilotos recién llegados y a una veintena de civiles pertenecientes al cuerpo de ingeniería aérea. Había de todo: solteros, casados, familias con hijos… En la fiesta nos sentamos a cenar con el Teniente Falconi, que era mi inmediato superior. El teniente era descendiente de italianos y a pesar de su edad, que podía rondar los cuarenta y cinco, permanecía soltero. Junto a nosotros se sentó Brian Dikinson, ingeniero-mecánico de mi equipo de vuelo y exento de la disciplina militar. También su esposa, Dorothy. Los dos formaban una pareja de atractivos negros muy simpáticos.
La incorporación al servicio no ...
... comenzaría hasta 48 horas después, por lo que ese sábado muchos llevaríamos la fiesta hasta la madrugada. Mi mujer se dejó convencer por los Dikinson para irnos justo después de cenar a su apartamento de la base, a lo que el ejército llama pabellón, a continuar tomando unos tragos. Yo era muy disciplinado y no estaba habituado a emborracharme o estar mucho rato de juerga, por eso mi mujer tenía tanta gana de fiesta, porque desde que nos casamos llevábamos una vida muy metódica. El problema era el teniente Falconi, al que nos dio apuro no invitar a nuestra fiesta y lo animamos a unirse.
Mucha gente carece de pudor y tiene claro en la vida cuales son sus preferencias y sus aficiones y no se intimidan al mostrarlas ante los demás. Me refiero a la actitud de los Dikinson, que ante nosotros sus invitados empezaron a darse el lote, morrearse y manosearse. Dorothy comenzó a quitarse ropa asistida por su marido. Yo estaba algo incómodo, pero mi mujer parecía algo divertida con la acción de nuestros amigos a juzgar por la sonrisa que se dibujaba en sus labios; y eso que ninguno habíamos bebido demasiado. El teniente observaba serio y tranquilo. Sólo yo parecía estar inquieto.
Dorothy quedó desnuda ante nuestros ojos y la verdad es que no pude por más que admirar su bello cuerpo negro. Sentí mi pene estremecerse. Falconi se aproximó a la pareja Dikinson y besó con desesperación a la negra con el beneplácito de Brian, el marido de ésta. ¡Dios –pensé- esta gente se ha vuelto loca! Brian ...