Lesbiadas
Fecha: 18/06/2022,
Categorías:
Lesbianas
Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos
... representación.
Después bajó la mirada y siguió concentrada en su maniobra bucal, como si nada hubiese ocurrido. Su gesto había sido tan indescifrable para mi joven y enfebrecida mente, y en tan inusual situación se había comportado con tal naturalidad, sin sobresaltos ni muestra de sorpresa alguna, extrañeza o enfado, que llegué a dudar de que en realidad me hubiese visto apostado tras la puerta. Quizá estaba tan concentrada en su sesión amatoria que no se había percatado de mi presencia.
Pero no. Me engañaba: el cruce de miradas había sido real y el leve destello de reconocimiento en sus pupilas también. Por mucho que me aferrara a la tonta esperanza, no había duda de que había sido descubierto como un vulgar voyeur. Me di cuenta de que en cuestión de un segundo mi excitación se había disipado, mi libido se había derrumbado como una precaria torre de naipes y la inflexible erección que saturaba mi entrepierna había cedido ante una vergonzosa flacidez. Azorado y tras unos instantes de parálisis, mientras escuchaba continuar la danza de cuerpos temblorosos y anhelantes dentro de la habitación, cual lejano espejismo, me aparté de la puerta y recorrí el pasillo en una especie de estado de shock, hasta desembocar en la cocina.
Mi cabeza giraba como un carrusel saturado de preguntas y temores. ¿De verdad Estíbaliz me había visto? ¿Por qué no había reaccionado, entonces? ¿Y qué haría una vez la pasión se disipara y tuviera ocasión para reflexionar? ¿Y yo? ¿Qué podría ...
... decirle? ¿Cómo explicárselo? ¿Y qué ocurriría después? ¿Cómo continuar compartiendo piso? ¿Debería abandonarlo con el rabo entre las piernas –nunca mejor dicho–, arrastrando el estigma de vulgar mirón? ¡Dios, demasiadas preguntas para una mente postpuber enfebrecida por el sexo!
Respiré hondo para tratar de calmarme, observando a través de la ventana. Desde luego no eran las mejores vistas: la cocina daba al patio interior del edificio, largo, oscuro y poco más ancho que un tubo de chimenea que entre todos habíamos convertido en un vertedero alternativo; su fondo siempre estaba lleno de restos de comida, peladuras, pieles de plátano y prendas desparejadas –caídas de los tendales y que nunca parecían tener dueño–. La proximidad de las numerosas viviendas que en él se apiñaban –casi se podía tocar con la mano el alfeizar de enfrente– convertía el angosto espacio en una auténtica “radio patio”, ideal para un jugoso marujeo.
Sumergido en las turbulentas aguas de mis pensamientos oí pasos haciendo crujir el suelo del pasillo. Una punzada de pánico me asaltó: una de las chicas había abandonado la habitación y venía hacia la cocina.
Basculé entre la parálisis y la hiperactividad, intentando deducir cuál era la mejor estrategia: que me encontrara parado en medio de la cocina con un evidente gesto de culpabilidad en el rostro o atareado en cualquier actividad que me permitiera disimular mi azoramiento y justificar mi presencia en la casa. Me decidí por aproximarme a la cafetera y ...