Reina por un día
Fecha: 26/04/2022,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Wolfgang33, Fuente: CuentoRelatos
... hecho de que la había llamado por su nombre, cosa que no había hecho en todo el día. “No puede ser que te degrades de esta manera”. “¡Bah!” exclamó, con un tono enfadado y despreciativo, pero débil; “no me vengas con fantasías ahora. Ha estado muy bien todo lo que has hecho por mí, pero ahora tengo que trabajar. Si no trabajo hoy, no voy a tener estos informes listos para el lunes. Así que como reina que dices que soy, te ordeno que te calles, comas y me dejes trabajar. Si no, puedes irte”. Su tono pretendía ser más autoritario y cruel que nunca y, sin embargo, resonaba en el alma como débil y sumiso. Es el tono que muchas mujeres depresivas usan para regañar a sus maridos e hijos, que no le hacen ni caso, un tono que se vuelve pesado y desagradable para todos y que, cuanto más pretende imponerse, menos lo consigue. Al final esas mujeres, que buscaban empoderarse mediante su carrera profesional, acaban siendo impotentes, sometidas al jefe, el marido y los niños, y acaban medicándose. Había, sin duda, mujeres para las que ese camino era el mejor; pero Ana no era una de ellas, y el mundo en el que vivía le estaba robando su poder femenino natural. “Eres una reina, MI reina, y como tal no puedo dejar que te hagas esto. Venga, déjame ver de qué va el asunto. Soy inteligente y aprendo rápido: seguro que te puedo ayudar”.
Me senté a su lado, y comencé a inspeccionar los papeles. Entonces comenzó a reprenderme a regañadientes, diciendo que era todo muy complicado, que no lo iba ...
... a poder entender, que era su trabajo y bien que le había costado tenerlo, que no podía asumir que iba a saber hacerlo, que todo esto era muy machista, que bla, bla, bla; como no tenía otra intención que ayudar, estos prejuicios eran muy irritantes, y me hacían perderle el respeto. Al final estallé, y me abalancé sobre ella en el sofá, agarrándola de las muñecas, mirándole a los ojos y poniendo mi rostro sobre el suyo. Mi pene rozaba su vestido, y ella se había quedado súbitamente callada, expectante. Podía ver en sus ojos que, aunque algo asustada por el gesto repentino, la situación le atraía. “Cuando te comportas así, no eres reina de nada”, le dije con violencia serena y controlada; “como mucho, podría dejarte ser mi puta. ¿Eso quieres? ¿Qué te ponga una argolla, y haga de ti mi voluntad?”. Me retiró la mirada a un lado, incapaz de mantenérmela; y con tono sarcástico y erótico, dijo: “bueno, no estaría tan mal. Ya te dije que me apetece tu pene”. “Oh, te gustaría sin duda; pero no es lo que en verdad quieres”, le dije, con autoridad; “yo he visto un cambio hoy. Yo he visto hoy a la chica más guapa de aquel bar, a la luz. Yo he visto a la mujer que siempre quisiste ser. Déjame que te devuelva ese poder”. Ella siguió sin poder mirarme a los ojos, pero vi que se daba cuenta de que era verdad, de que ella lo deseaba. Por eso siguió hablando conmigo en el bar, por eso no cortó el ambiente en ningún momento; inconscientemente, quizá, sin saberlo del todo, quizá, pero lo había ...