Mi nombre es Noelia, tengo 27 años y lo que estoy por contarles fueron sin duda las mejores vacaciones de mi vida.
Sucedieron hace 2 años, cuando tenía 25. En celebración por nuestra graduación en la universidad, una compañera de clases (y mi mejor amiga de toda la vida) llamada Betzaida y yo decidimos gastar parte de nuestros ahorros en un viaje al Archipiélago Los Roques. Una agencia vacacional estaba ofreciendo un paquete que cubría viaje ida y vuelta por una de las aerolíneas que cubrían la ruta y un hospedaje de 15 días en una posada llamada “La Nonna De Los Roques” con desayuno, almuerzo y cena incorporados. El paquete cubría solo para dos personas en una habitación y la verdad nos pareció algo caro pero queríamos consentirnos, así que aceptamos.
A la semana de aceptar el paquete, nos fuimos saliendo del aeropuerto de Maiquetía con rumbo a la isla Gran Roque, el corazón del Archipiélago, donde se encuentran el aeropuerto, todas las posadas y la mayor cantidad de habitantes del grupo de islas. Al salir nos dirigimos a la posada, regentada por inmigrantes italianos. Era bastante linda, con paredes forradas en madera, de 2 pisos, y quedaba a orillas de una de las playas más bonitas de la isla, ofreciéndonos una espectacular vista del mar azul cristalino. De hecho, la posada contaba con un restaurant pequeño cuyas mesas estaban en la arena de la playa, cubiertas por supuesto con su debido techo de madera. Las habitaciones, como pudimos apreciar cuando entramos a la ...
... nuestra, no eran muy amplias pero sí bastante cómodas, y tenían hasta una pequeña cocina incorporada, con nevera y todo.
En la recepción nos atendió el señor Antoniolli. Un hombre de unos 55 años de cabello canoso y rostro arrugado, algo gordo y de piel blanca pálida. Su español era fluido. Verifico la reservación que teníamos mi amiga y yo, aunque algo distraído por nuestras figuras corporales, y luego nos dio la habitación número 5. Esta quedaba en el segundo piso. Al subir por las escaleras pude apreciar que al lado de la recepción había un pequeño salón con unas 6 mesas de ping pong.
Para hacer el cuento largo corto, Betzaida y yo llegamos y nos tumbamos en nuestras camas (habían dos en la habitación). Tomamos una ligera siesta, ya que eran las 2 de la tarde para el momento en que habíamos llegado a la posada y estábamos agotadas. Una hora después nos levantamos y decidimos ducharnos, metiéndome yo primero y ella después, para luego colocarnos nuestros mejores bikinis y salir a caminar por la playa.
Es cierto que nos pareció un poco caro el precio del paquete del viaje, pero la verdad, valía la pena. El cielo azul, el mar cristalino, la tranquilidad, todo parecía valerlo. El señor Antoniolli nos trató bastante bien al momento de recibirnos, y cuando salimos a caminar también. La arena en mis pies descalzos se sentía deliciosa. Caminamos Betzaida y yo un no muy largo trecho, hasta llegar a un sitio donde se concentraba una buena cantidad de gente junto a una tarima ...