Habían pasado tres meses de la primera vez que nos acostamos y el sexo se había convertido en algo habitual para nosotros. Mi verga era el complemento perfecto para su coño. Además, se mojaba en cuanto empezaba a sobarle las piernas, o cuando sabía que la estaban viendo e incluso si le acariciaba la espalda.Era verano y, casi por regla general, usaba sólo vestidos cortos. A mí me encantaba eso porque me daba la oportunidad de jugar con sus nalgas y tocarle la raja: sus calzones se ensuciaban casi de inmediato. Asimismo, nos habíamos vuelto más descarados en nuestros juegos. En una ocasión, en el patio de la escuela, ella se me acercó, colocó su mano derecha sobre mi entrepierna y, mientras le daba suaves apretones, me dijo al oído: "se me está derritiendo la vagina, quiero que me dedees pero ya".De inmediato, nos dirigimos a un espacio vacío que quedaba detrás de los salones donde, sin perder ni un sólo segundo, le desabroché el diminuto short que traía puesto. No mentía. Su coño era una sopa, una aromática y deliciosa sopa en la que no tardé en meter la lengua. Casi al instante empezó a gemir. Mi pene se había endurecido mientras jugueteaba con el clítoris de Claudia. Con una mano mantenía abierta su vagina y con la otra me masturbaba. Ella se dio cuenta. En su rostro había una sonrisa imposible de contener. Tenía que morder una de sus manos para no gritar. La otra estrujaba sus pechos, alternando entre el derecho y el izquierdo. Sus pezones casi traspasaban el ...
... sostén.Cuando ella estaba a punto de venirse se puso de espaldas a mí: me ofrecía el coño y el culo. Aunque ella tomaba pastillas anticonceptivas, procurábamos no tener sexo sin condón, pero en esa ocasión no pude contenerme: irrumpí en su vagina casi con desesperación, tratando de prolongar el orgasmo hasta el último segundo. Cuando sentí que la tensión en su cuerpo desaparecía y que su piel se erizaba, decidí no aguantar más y me vine en ella. Con la misma sonrisa pícara se subió la ropa interior y se acarició el coño hasta que mi semen le manchó los calzones.Pero la historia que hoy contaré tiene que ver con la ocasión en que desvirgué el ano de Claudita, el ojete delicioso que aprieta y estruja y duele pero proporciona los orgasmos más poderosos que he visto en una mujer.Como decía era verano y Claudia usaba un vestido estampado de flores. Sus piernas eran un manjar que nadie más que yo degustaba y sus pechos, firmes debajo del vestido sin necesidad de un brassiere, una fiesta para mi lengua, mis manos y mi pene.Antes de que accediera a dejar que le penetrara el ano, debo explicar algo que sucedió y que sentó las bases para que eso sucediera.Estábamos, como siempre, en casa de sus padres, ambos viendo televisión, ambos calientes. Sus piernas estaban cruzadas y yo notaba cómo apretaba y relajaba el abdomen: se estaba masturbando a mi lado.Yo, que tenía el pito medio endurecido, no podía quedarme quedarme quieto, así que sin mediar palabra comencé a besarla y acariciar sus tetas. Sus ...