Me llamo Javier, tengo 18 años y soy un chico normal y corriente que vive en un barrio del sur de Madrid. Soy rubio, mido aproximadamente 173 y peso unos 67kgs, ya que tengo una constitución más o menos atlética que me viene de familia, además de que juego en un equipo de futbol del barrio desde que era pequeñajo. No es que sea la estrella del equipo, pero me mantiene ocupado por las tardes. Además de la genética y del futbol también he de reconocer que voy al gimnasio de vez en cuando, para mantener la forma y tal.David es mi mejor amigo, y también compañero del equipo, un tío de puta madre, moreno, con cara de crio, algo bajito y delgaducho pero, entre nosotros, se gasta una tranca de campeonato. He de decir que nunca me había puesto cachondo con un tío ni nada por el estilo, yo siempre me había considerado heterosexual, lo que más me gustaba era agarrar a una zorra y reventarle el coño con mi pollón (18cm) mientras les exprimía bien las tetas, de vez en cuando agarraba a mi novia y le metía el viaje de su vida y otras veces, cuando se ponía estrecha, me iba a Élite o a Pachá y agarraba a cualquier zorra pija para enseñarles lo que era un buen rabo de barrio como el mío.Sin embargo, con David era distinto. Cuando le veía en los vestuarios, con aquel badajo balanceándose mientras se secaba su cuerpo delgado pero ligeramente marcado por el ejercicio, con esa cara de niño bueno y ese pelo negro largo de esos que llevan los pijos ahora, me entraba un subidón que me ponía ...
... burrisimo. No podía ser que quisiera follarme a un tío, como he dicho, nunca antes me había puesto cachondo con uno, y además, era mi mejor amigo, así que aquello era algo impensable.Pues bien, esta historia comienza una tarde de Junio, cuando en la ciudad ya comienza a hacer calor y las pibas comienzan a dejar entrever lo que tienen para ofrecer. En mi casa tenía un sofoco de la hostia así que decidí irme a buscar a David, ya que él tiene piscina y así podría refrescarme y, en fin, deleitarme con ese cuerpo de ángel. Me puse unos pantalones piratas, una camiseta de tirantes negra que marcara bien mi cuerpo, trabajado a conciencia en el gimnasio tres días a la semana, y una gorra, presentándome allí sobre las cinco de la tarde. Llamé al timbre y me encontraba esperando ver la cara aniñada y alegre de mi colega cuando me vi ante una sorpresa inesperada.Mi anfitrión era un tipo enorme, de unos 180cm de alto, con barba de esas de tres días y el pelo moreno, corto y ensortijado. Estaba la hostia de mazao y vestía únicamente unos pantaloncillos de deporte y una camiseta verde con el emblema del Ejército de Tierra que apenas podía contener aquellas espaldas, anchas y musculosas.-¿Está David? –Pregunté-No, que va -Respondió- ha salido. Pero pasa, volverá pronto.Acepté su invitación y entré en aquel domicilio. Estaba todo desordenado, lleno de revistas de culturismo, películas y restos del Telepizza desperdigados sobre la mesa del salón y el comedor.-Perdona el desorden, es que mis padres ...