Una ciega chancha y putita
Fecha: 05/04/2020,
Categorías:
Fantasías Eróticas
Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos
Todo comenzó gracias a mi oficio y curiosidad por probar cosas nuevas.
Me llamo Javier, aunque todos me conocen como Lechu. Tengo 25 años, soy fabriquero por imposición y me reconozco como enfermo amante de lugares unders. Tengo una banda de rock, una novia con la que nos prometimos infidelidad de por vida, algunos ahorros, un auto, pocas comidas predilectas y varios discos. Amo el porno amateur, y soy muy fetichista.
Me encanta el sexo sádico, sucio y grupal, pero decidido y sin histerias. Mis amigos saben que la bombachita de la mina que me garche casualmente a la salida del pub o de un boliche se queda conmigo. Pagué locuras por una tanguita usada. Las guardo en una cajonera con el nombre de sus ex propietarias. También saben que si me escabio demás soy capaz de apostarle mi quincena a la flaca que me jure el mejor pete de la historia. Una de ellas se quedó con mi sueldo entero una tarde. ¡cómo se la tragaba esa loquita!
El tema es que, gracias a mi primo me enteré que en La Ternerita, un bulo camuflado de mi ciudad, había una nena especial. Nunca me quiso decir si se la cogió. Cada vez que le preguntaba por ella solo decía que tenía que ir y conocerla, pero que sea prudente.
Así que un sábado la incertidumbre me ganó, y tras suspender un asado con los muchachos me di una ducha ligera y fui al bulo. Apenas me senté excitado en el mostrador pedí una Quilmes bien fría y, entonces la vi. Morocha, pelo corto atado, muy menudita y petiza, con un culo espectacular y ...
... dos ricos pechitos. La traían de la mano dos trolas del lugar mientras le decían algo por lo bajo. Ahí me di cuenta que Ayelén era ciega, con una carita angelical, y una sonrisa pequeña como su boca.
Sabía por chismes de la gente que había tenido experiencias, que los ciegos, tanto hombres como mujeres son muy apasionados, culeadores y perversos. Eso me comía las neuronas. Así que fui en busca de un poco de acción para saldar mis dos meses sin ponerla.
La aggaré de una mano y me la llevé a una pieza. Ella se dejaba hacer, tímida y sin hablar. La fui desvistiendo, pero me frené al descubrir un fuerte aroma que me hizo vibrar. Observé mejor y vi que tenía la bombacha meada. Me sorprendí, pero aún así la verga se me paró mucho más, y peor cuando balbuceó:
¡por favor, no le digas al dueño que me mojé un poquito… aunque, creo que hay algunos hombres que les gusta eso!
No sabía qué decir, ni cómo pedirle que me la chupe. No era que le tuviese compasión. Al fin y al cabo es una putita más. Pero la veía tan inocente, y encima ciega, con la bombacha mojada, que por un segundo pensé en abandonarla.
Pero, apenas se la acerqué a la cara, ella me preguntó si quería que le pase la lenguita, y comenzó a encender mi calentura lamiendo suave y lentamente mis huevos. Creí que no era buena mamadora hasta que la puse en cuatro sobre la cama, y mientras yo jugaba con el elástico de su calzón ella se adueñaba de mi pene con el encanto de su boca estrecha, su garganta cómplice y su ...