La grúa que levantaba pasiones
Fecha: 22/06/2017,
Categorías:
Infidelidad
Autor: priscilla69, Fuente: CuentoRelatos
La semana pasada mientras iba de camino a una fiesta, tuve un percance con mi coche. Me había vestido para la ocasión: vestidito blanco, medias de rejilla y taconazos. Una vez más no llevaba braguitas puestas, pues no acostumbro a hacerlo si salgo de marcha. Con lo contenta y animada que estaba. La música a tope, la capota bajada para respirar aire fresco.
De repente, se enciende una luz roja se pone a parpadear. Me asusto pues no sé de qué se trata. Freno lentamente, mientras señalo con el intermitente que voy a detenerme a la derecha. Encuentro un hueco y, aparco como puedo. Un par de coches paran y preguntan si necesito ayuda. Yo respondo sonriente que no. Ya he avisado a la grúa.
Veinte minutos más tarde aparece una enorme grúa blanca.
Aparca junto a mi coche y se abre la puerta.
Aparece él. Va vestido de verde fosforito.
—¡vaya, vaya! —Exclamo con una sonrisa de oreja a oreja, presagiando que algo bueno va a ocurrir.
—¿Qué pasa? —Pregunta él con una sugestiva sonrisa.
—A mi nada. A mi coche no sé.
Hago morritos mientras le echo una mirada penetrante de los pies a la cabeza.
Pero al pasar por su bragueta, mi freno de mano interior se detiene en seco. “¡Madre mía!”. Su cuerpo ladeado hacia la izquierda, predice que, bajo ese mono de color verde, se haya oculto un espécimen de cuidado.
Al menos, lo deduzco yo.
En ese instante, ya paso de mi coche, de la luz roja y de la fiesta.
Mi objetivo es, subirme a esa grúa e iniciar un viaje al ...
... infinito del sexo.
—¿A qué garaje debo dirigirme?
Rápidamente, abro la guia de garajes a la cual pertenece mi coche y le señalo la más lejana.
Bueno, pues sube a la grúa. Tenemos un largo trayecto por recorrer.
La boca ya se me hace agua, y lo que no es la boca.
Mientras está enganchando el coche, cojo el bolso y rápidamente, me subo al asiento del copiloto.
¡Qué ilusión! Hago palmitas, como una niña pequeña a punto de abrir un enorme regalo.
Ya de camino y para intentar romper el hielo, dirijo mi mano directamente a su bragueta. La verdad, no estamos para perder el tiempo. ¡Jolin!
No me he equivocado con lo del espécimen. Y creo que le gusto, pues está duro como una vara de hierro, sin apenas haberlo rozado. Parece que lleva ahí metido el gato ese de arreglar los parches de las ruedas.
Le abro la cremallera del mono hasta abajo, y le meto la mano hasta el fondo.
Después de hurgar con furia y observar con sorpresa el despliegue del monumento, me decido a formular la pregunta del millón.
—¿Te la puedo comer?
El responde como si le hubiese preguntado cualquier cosa menos esa.
—Hombre! Comer, comer… Pero si quieres sacarle brillo.
Menuda respuesta me ha dado. Estos camioneros parecen hechos en serie. Todos dicen lo mismo.
Decidida a no escuchar más estupideces, me agacho y la meto entera en mi boca. Bueno, lo intento, porque compruebo que entera es imposible. Debo estar haciéndolo perfecto, pues jadea como un animal desbocado. Subo y bajo ...