Hacía un tiempo que él había llegado a nuestras vidas. Había pasado de ser “un conocido de lospintxos en los bares”, a algo cercano a un amigo.
Lo cierto es que, aunque trataba de no pensar en ello, el tío era muy guapo y extremadamente seductor… Divorciado, no sé cuántas veces, amable, simpático y pasaba de los cuarenta, al igual que mi marido y yo.
No voy a hablar de mi matrimonio porque es algo que me aburre soberanamente, pero sí diré que mi pareja estaba un poco a disgusto viviendo en el norte. Todo lo contrario a mí… y a Rufino. Sí, ya lo sé, el nombre es un poco… pero es lo único que desentona en él, por eso le llamamos Rufi o Rufinus. Bueno, da igual, no es importante.
Yo era consiente de que Rufi no podía “avanzarme” siendo ya casi amigo de los dos, pero yo ya tenía unas importantes mariposas estomacales y vaginales; por otro lado, estaba algo cansada de disimular hasta el más mínimo detalle. Salí a caminar por la mañana y, “sin querer”, le encontré trotando.
—Buenos días, Dani ¿Tú tan de mañana?...—me dijo, deteniéndose.
—Buenos días, Rufi. Tenía ganas de disfrutar el día —respondí, mintiendo descaradamente.
—¿Te hace un cafelito?
—No sé… No quiero interrumpir tu rutina.
«¡Como me dé la razón, me voy a cagar en sus muertos!».
—Si no te importa que esté un poco sudado, a mí tampoco romper mi rutina por hoy. Venga, ¿qué dices?
—Claro que no me importa, ¡que venga ese café…! —solté simulando una media sonrisa, y por dentro millones y ...
... millones de células saltando al grito de ¡Victoria! ¡Victoria! ¡Victoria!
Ya instalados en el bar, y luego de pedir los cafés, me miró directamente a los ojos y se acerca un poco.
—A ti te pasa algo…
«¡Vaya que si me pasa! Nunca he sido infiel a nadie. Estoy caliente, que digo, hirviendo por ti y ni siquiera sé si te intereso algo».
—No… Si… Bueno… No sé… Qué sé yo… Ya sabes…
—Claro que sí, yo lo sé todo, hasta los secretos del Universo —hizo una pausa, mientras bebía un sorbo de café. Luego sus ojos volvieron a posarse en los míos, pero esta vez no le esquivé la mirada, la sostuve. —¿Es por tu marido…? ¿Es eso…? ¿Me quieres contar…?
Era tan dulce, tan encantador, tan cercano, tan amigo… Pero yo no quería hablar de mi marido ¡Me lo quería follar, a ser posible, allí mismo! Aunque también debo decir que el jueguecito me daba más morbo, me ponía más cachonda… Quería que me sedujera cada vez más. Pero, ¿y si todo aquello solo estaba en mi mente y no en la suya?
—Qué voy a contarte que tú ya no sepas. Además, no quiero hablar de él —¡claro que no quería!—. A lo mejor es que quiero estar sola.
—Entonces me voy —dijo, sonriéndome con picardía.
—Venga —quise decir: como te muevas de ahí, me tiro a tu cuello—. Voy a ser sincera: quiero algo nuevo en mi vida —mentí cochinamente.
Él, sin ninguna reacción, acabó su café y me preguntó:
—Algo nuevo, ¿como qué? ¿Hacer pilates, ganchillo, correr una maratón…? ¿A qué te refieres exactamente?
—Ay, hijo, ¿me ves ...