Por la unión de la familia (3)
Fecha: 28/12/2018,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... muy, pero que muy bien… Y me encanta como vas.
·¿De verdad te parece bien?... Ya sé que voy bastante ligerita, demasiado ceñida… Pero es lo que hay, amor; lo que tengo… He escogido esto, precisamente, por parecerme lo más “decente” de mi guardarropa, pues las alternativas, no veas cómo son… Bueno, ya lo sabes; ya sabes cómo es, en general, mi ropa…
·Te lo repito, Julia: ¡Vas estupendamente; estupendamente, de verdad! Y me gusta un montón verte así: Un tanto recatadita, pero conservando tu imagen; tu propia imagen de mujer; de la mujer que, de siempre, has sido y deseado ser; que eres, en definitiva… Esa mujer que tanto, tantísimo me gusta… Consérvala, Julia; no la pierdas nunca, pues dejarías de ser tú, si así lo hicieras… Y, a lo mejor, ya no me gustarías… Pero sí; también me gusta que hayas tomado esos toques de discreción en tu vestir; sí, la verdad es que me ha gustado mucho eso.
·¿Sabes una cosa, amor? ¡¡¡Que eres un sol de hombre!!! Tan caballero, tan respetuoso, tan cariñoso y atento conmigo… Vamos, el hombre ideal, el “Príncipe Azul” con que toda jovencita, toda adolescente, mínimamente romántica, sueña con encontrar algún día…
Y riendo a todo reír, lanzando al aire, libremente, las alegres campanillas de su risa, tomado de la mano a su vástago, corrió más que anduvo hacia la puerta, arrastrando tras de sí a su Álvaro, en demanda de la calle. Ya allí, taconeando firme sobre la acera, se colgó, espontáneamente confianzuda, del brazo de Álvaro, ...
... recargando, incluso, su femenil cuerpo en el masculino, hasta meterle, casi a saco, los maternales senos en el pecho de hombre del chico que, en absoluto, puso reparo alguno a la maternal confianza. Así, en buena, franca, camaradería, que más parecían una pareja hasta de jovencitos de dieciocho-veinte, veintipocos años, en cualquier caso, riendo jubilosos por cualquier tontería, cualquier nonada o nadería.
Anduvieron callejeando por el entorno de su casa, sin separarse de ella más allá de cien, ciento y pocos metros, deambulando de bar en bar, de cervecería en cervecería, de taberna en taberna, poniéndose “moráos” de vinos con tapas y raciones de cocina. Callos a la Madrileña, calamares a la romana, gambas al ajillo y “con gabardina” (peladas, rebozadas en huevo y harina y fritas en aceite fuerte un momento nada más, para que no se quemen, etc. etc. etc.
En fin, que eran las cinco y pico de la tarde cuando madre e hijo, tan joviales como habían estado deambulando de sitio en sitio, regresaban por fin a casa. Él, Álvaro, dijo que volvía a su cuarto, a seguir estudiando, y Julia, aduciendo estar muerta de sueño, de cansancio, se fue a su habitación dispuesta a dormir cual “lirona”. Serían ya pasadas las nueve y media de la noche cuando Álvaro pasó al dormitorio de su madre, despertándola
·Venga Julia; espabílate y levántate para cenar
Julia abrió sus ojitos, o, mejor decir, que los entreabrió, casi pegadas aún las pestañas por el sueño; se desperezó más a medias que por ...